jueves

Dolomitas 2011: Día 6

Bormio - Passo Umbrail - Prato allo Stelvio - Stelvio - Bormio




Stelvio, el sueño.

Sincera y sencillamente, el Ernesto lleva pensando durante toda su vida que el Passo dello Stelvio es el Centro del Universo, ni más ni menos. Partiendo de esta idea, no podía irme de esta zona de los Alpes sin peregrinar a esta particular Meca.





Los días de viaje ya iban avanzando y tras nuestro paso por el cielo y el infierno, Bormio nos recibió con un clima de perros. Dos eran las etapas que teníamos planeadas para esta capital Alpina y por el momento teníamos que anular una de las dos. Gavia y Mortirolo, por lo que parece, se quedarán por allí un tiempo más esperando nuestro regreso, con lo que nos jugamos todo a un día. El ultimátum que nos puso la nube era claro: “si cuando os levantéis no estoy, podéis subir. Si me da la gana quedarme, os fastidiais”.

Desde el principio me pareció que esta nube estaba un “poco subidita” y yo tenía (más o menos) claro que yo no me iba de aquí sin subir Stelvio, cayese lo que cayese…

Lo bueno que tiene dormir al raso (bueno, corrijo, vivaqueando en el tejadillo del parking del camping, osease “camping-parking-vivaquing”) es que al despertar, no se tarda ná en mirar si llueve… y voilá… se ven grandes claros sobres nuestras cabezas.

Pim pam pum, desayunamos y a dar pedales. Stelvio está ahí esperándonos.



La idea es salir de Bormio ascendiendo primeramente la cara menos famosa de Stelvio, para, una vez llegados al Passo de Umbrail, un collado previo a la cima, girar a la izquierda, y bajar la tercera de las caras de este puerto, la Suiza, para poder afrontar en toda su magnitud la subida más pictórica, la de Prato allo Stelvio. (Uf, pelos de punta de solo escribirlo…).


Quizá por estar centrados en el plato gordo del día, nos sorprendió enormemente la cara de Bormio, simplemente no estábamos esperando nada, cuando la empezamos igual que la terminamos, con la boca abierta. Impresionantes galerías, tuneles, vistas de vértigo, un número de herraduras cercano a la cuarentena, los jugueteos de las nubes con el sol. Mágico.

Umbrail. Miro hacia arriba, sé que a dos o tres kms está la cima mítica de Stelvio: “espérame, en un par de horas estoy ahí…”. Entramos en Suiza, páis inédito para mí y mi bici. La estancia en este pais es corta, prácticamente solo la bajada del puerto. Volveré seguro, y más pronto que tarde, espero.



Llegamos a Prato, esto empieza. Vaya nudo en la garganta.

47, 46, las herraduras comienzan, primero en un espeso bosque, y poco a poco abriendo, hasta el pintoresco Hotel Trafoi, a partir de donde empezamos a ganar altura a mayor velocidad, ya con las impactantes laderas y glaciares del Ortles (3905m) en el lado opuesto del valle que remontamos.




Las herraduras se suceden, 27, 26, 25, siempre con una pequeña señal numerándolas. La niebla sube y baja, como queriendo jugar con nosotros, dejándonos descubrir los paisajes poco a poco, con espectaculares vistas que van y vienen, lo que le da a la subida un toque misterioso.

Sé que pronto aparecerá, sé que detrás de cualquier curva se mostrará esa imagen que desde hace tantos años tengo grabada, laúltima pala del Stelvio con la carretera cosida, colgada en el vacio, zigzagueando hacia la cima. Ahí está, trago saliva, y sigo dando pedales completamente emocionado.

Una autentica obra de arte, sí, lo pienso así. Trazar esa carretera en un lugar así, inaugurada en 1805, para comunicar los valles de Valtellina y la Val Venosta, no puede denominarse de otra forma que como obra de arte. Lo defiendo como una expresión cultural más, a la altura incluso de otras obras de ingeniería como castillos, catedrales o grandes viaductos. Curvas imposibles, arañadas en la roca o colgando casi por arte de magia en robustos muros de piedra. Entiendo que el trazado de Stelvio sea parte de la historia y de la cultura de este lugar.




La niebla aparece y desaparece. No me importa, tengo grabadas estas imágenes en mi mente como si hubiera estado mil veces antes, representándolas perfectamente en mi imaginación incluso en los momentos en los que la niebla las esconde.




9, 8, 7, ya asusta mirar hacia el fondo del valle, parece imposible que viniéramos de allá a lo lejos, o incluso de 3 o 4 curvas más abajo, que puedo ver prácticamente en vertical. No sé si es dura la pendiente, no sé si es un 8 o un 12%, no sé si voy a 16 o a 8 km/h, me da igual, estoy subiendo el Stelvio.

Es curiosa la sensación: No quiero que termine este puerto, es la carretera perfecta, zigzag, paisaje, boca abierta, y así sucesivamente, ¿puedo quedarme a vivir aquí?

Llegamos a la cima, a 2757m, y nos damos un abrazo según vamos llegando, en pocos lugares he tenido la suma de sensaciones que tengo aquí. No quiero irme. Nos abrigamos, llenamos el buche y curiosamente encuentro en un pequeño puesto el libro que no he encontrado en ninguna librería de Bormio, sobre la historia de esta carretera, compra obligada, ¡como no!

“Ernesto, que no te puedes quedar, que nos tenemos que ir, vale que en Teruel hace frío, pero aquí en enero, tiene que correr una brisilla…”.

Vale... que remedio…

Un dato curioso del día, es que en poco más de 100 kms de ruta, habremos trazado unas 150 curvas de herradura, curva y media por kilómetro, todo un doctorado en curveo.



Menudo fin de fiesta, ahora que llueva todo lo que quiera, nosotros ya hemos cumplido.



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1 comentario:

  1. Ernesto, esta crónica lleva impresa la misma magnitud y grandeza del Passo dello Stelvio.

    Gracias por compartir esos sentimientos que describes que haces sentar al lector en la silla de tu bici para emocionarlo como te emocionaste tú.
    Un fuerte abrazo

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