El periplo comienza en el bucólico pueblecito de Alleghe, al que accedimos a través del Passo de San Pellegrino, madre mía, que preciosidad de puerto, todos juramos volver a dibujar esas herraduras…
El primer plato del días sería la Marmolada, precedido de un “antipasti” de lujo, el paso de Sottoguda, tradicional puerta de entrada a este paso de montaña, encajonado en una profunda garganta, hoy cerrada al tráfico a motor… Pues empezamos bien el viaje, todos con la boca abierta mirando hacia arriba, buscando la parte más alta de esta impresionante y angosta garganta. Esto promete.
Ya metidos en faena, por fin vamos con las primeras sensaciones cuesta arriba, ya era hora, unas cuantas horas de viaje esperando este momento… Pues menudo sitio para empezar a tener sensaciones!
Este Passo, más conocido como Passo Fedaia, no te deja ni un minuto tranquilo, siempre queda otra rampa, y otra, y otra… Corroboro todas y cada una de las anécdotas que he escuchado y leído sobre su famosa recta de asfalto loctite (Deivid Garcia Barrio et al. 2010). La bajada, en un suspiro, por la misma cara que hemos subido, para poner rumbo a los siguientes del día. Terrible bajada, que gozada...
Serían Staulaza y Durán, que quizá no sean los más conocidos, pero ponen de manifiesto una de las grandes sorpresas de esta zona: y es que cada valle, cada collado, esconden rincones espectaculares, a la altura, o incluso por encima de sus hermanos más famosos. También queríamos tener un hueco para ellos en este viaje. 
-Staulanza: tendido, precioso, haciendo de cama a unas sobrecogedoras moles dolomíticas.
-Durán: más exigente, húmedo, cerrado, divertidísimo de descender.
Ya de regreso a Alleghe, prometo no volver a beber cerveza después de la ruta, menudo puntirrinín llevé desde el lago hasta el camping... uff...
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