Que cariño le tengo a Iseran, es un puerto que me encanta, es tan “Noruego”…
Que por qué Noruego? No sé, la luz, los paisajes glaciales, la roca, los incontrolados y violentos saltos de agua, su cima de fin del mundo… Es un puerto diferente, tiene un alma especial.
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| Descripción de la ruta aquí |
Comienza con la remontada de un enorme valle glacial, hasta que en Bonneval, la carretera toma un giro inesperado para cambiar de valle, como si tratase de evitar el caos de rocas del valle que geológicamente le correspondería.
Segundo intento: Tras unas amplias praderas, de cuento, toca remontar otra zona de pedruscos, que me hace pensar en como sería el otro canchal para que la carretera tirara por aquí. Como luchando contra el terreno, el asfalto supera túneles, puentes, y terrazas imposibles.
Parece que hasta respira al superar estos obstáculos y acceder a la tercera zona del universo Iseran a través de una puerta verde.
Hasta sentimos que la carretera sonríe por superar los últimos kilómetros lunares, por acceder por fin al collado.
El entorno de la cima es todo lo que cualquier trozo de asfalto soñaría para su vida.
Sobrecogedor.
En la bajada hacia Val d’Isere no puedo evitar acordarme de Piti y del resto de mis compañeros de aventura de 2009 por estas tierras, y la descripción de éste acerca del aspecto tan diferente que tiene esta cara norte que estábamos bajand, cuando está tapizada de blanco y cosida de pistas de esquí, que vuelan por encima del asfalto sepultado de nieve.
Vértigo imaginarte a los esquiadores a una velocidad imagino que próxima a la nuestra (no tengo idea), pero en línea recta hacia el valle.
En esta cara del valle hace frío, despierta, hay que darse la vuelta y volver a subir. Bien.
Tras el Iseran y todo su universo, aun nos queda fuelle para Mont Cenis, zigzag de carretera ancha, donde ya duele el desnivel acumulado del día, pero que desaparece de golpe al llegar a su cima y su embalse, otra de las imágenes del viaje, había una luz especial.
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