jueves

DIA 2: TOUR DU MONT BLANC

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Todo comenzó cuando a finales del año pasado empezamos a echar cuentas de los objetivos de la nueva temporada. Decidimos echar para el sorteo de la Maratona de los Dolomitas, ya que es una prueba a la que tendría ganas de volver para intentar aprovechar el buen cajón de salida que tendría después de la participación de 2011.

Pero el sorteo no tocó, y ya empezábamos a barajar otras marchas por aquellas zonas. La Oztaller o la Engadin estaban bien colocadas, pero no nos convencían las fechas, en las últimas semanas de agosto. Ya conocía esta prueba del Mont Blanc, pero nunca me había parado a planteármela, hasta que mi amigo levantino David Ramil me tiró la pedrada. Aun no me había dado la piedra cuando ya tenía el mail a Álvaro reenviando la pedrada. En cinco minutos la liada ya estaba armada. Teníamos reto para el 2013.
Por desgracia, al final David no ha podido hacerla, pero estoy convencido de que tiene esta prueba en sus piernas, está diseñada a su medida. No tardará en hacerla.



Poca experiencia tengo en pruebas de este estilo, solo la Luchon-Bayona del año pasado, con algo menos de desnivel en una distancia similar, y tampoco muchos entrenamientos específicos para este “concepto”. Tan solo la burrada psicológica de los cerca de 8000m de los 20 Desiertos, en primavera, y el último achuchón en la Pax Avant. Habrá diversas opiniones, pero consideraba esto como suficiente para poder hacer el Mont Blanc con garantías.

Y ese era el objetivo, hacerla con garantías, poder terminarla sin ir penando durante media ruta. No queríamos competición ni nada que se le pareciera, solo disfrutar de la experiencia. Que no digo que en el futuro esta vena no pueda llamarme. No se sabe.

Se podía considerar esta prueba como el inicio de nuestro viaje por Suiza, y sabiendo que podía dejarnos “algo tocados”, preferimos dejar nuestra faceta miserable para el resto de días, tirar la casa por la ventana y dormir en cama los días previos y la noche posterior. Encontramos un apartamentito muy barato en la misma estación de Saisies, inicio de la prueba. Merecía la pena descansar bien.

La tarde anterior nos reúnen a todos para comentarnos todo el funcionamiento de la prueba, y todos los temas logísticos. Destacaba la posibilidad de poder dejar bolsas de ropa en los puntos que eligiéramos, pero decidimos ser autónomos y parar solo para los avituallamientos para darle una chispita más especial a la prueba. La nota la daba la predicción meteorológica que nos pasaron, en la que advertían de lluvias desde las 9 de la mañana. Divino.

No coincidía para nada con las predicciones en internet, que auguraban día radiante hasta la tarde noche con alguna tormentilla. ¿A quién hacer caso? Por si acaso, guantecito largo fino, gore tex pequeño, un chaleco lo más ligero posible y patucos de windstopper finos. Con esa combinación me la jugaba, que fuera lo que tuviera que ser. Imprescindible la garantía o seguro de vida para este tipo de prueba que puede suponer una prenda de Gore Tex minimalista. Tengo leído que incluso en algunas pruebas a pie de este tipo es hasta obligatorio, por algo será.



Suena el despertador a las 03:45 (todas las crónicas de esta prueba de otros años tienen esta frase, no iba a ser menos). Desayuno típico, y a preparar todo el “hardware” para la salida a las 05:30. Tradicionalmente la salida era a las 05:00, con lo que con esta media horita que se gana el tener unas buenas luces ya no es tan importante. Tampoco fue obligatorio el chaleco reflectante, y viendo que ya había bastante luz y buena organización, creo que no hubiera sido necesario.




Me llamó la atención en ritmo al que se inició la prueba. Comenzábamos en la cima del puerto y nos lanzaban teóricamente neutralizados hasta abajo. La gente salía esprintando como si se dejaran la vida en ello. Curioso, teniendo 330kms por delante.



Nosotros lo teníamos claro, no íbamos a entrar en ese juego, y dejaríamos pasar los primeros 100kms sin zurrarnos mucho hasta que comenzaran los puertos gordos del día. Se supone que en esos primeros 100kms hasta Martigny no había mucha dificultad, pero lo que notábamos era que la bici no avanzaba nada, no dejábamos de subir repechón tras repechón. Y solo nos quedaban todos los puertos, nada más…
Pasamos por Chamonix, con vistas impresionantes del Mont Blanc y la Aiguille du Midi, y comenzamos las pestosas subidas a Montets y Forclaz, que apenas se aprecian en el perfil de la prueba. Tremenda la magnitud del valle del Valais desde la bajada de la Forclaz a Martigny, una brecha en el terreno de varios kilómetros de ancho. Volveremos a ella en los últimos días del viaje.
Llegar al avituallamiento de Martigny fue un alivio, ya que desde allí ya solo era subir y bajar puertos (solo…), ya dejábamos atrás el terreno pestoso. Ahora ya a pillar ritmete y ya está. Debíamos de llevar cientos de participantes por delante, ya que no dejamos de adelantar gente en toda la prueba, realmente habíamos perdido bastante tiempo en esos primeros kilómetros, pero bueno, era la idea,  preferíamos hacerlo así, de menos a más.




Champex, el primer puerto serio, es una tachuela dura, de 13 kms con los 7 centrales entre el 8 y el 10%, seguramente con las rampas más duras del día. Tranquilidad, pero sin pausa.


Tras la rápida bajada llegamos al Gran San Bernardo, primer monstruo del día, con 27 kms. De los que nos gustan, de ritmete y muchos kilómetros. El sol está calentando de lo lindo, y de momento no hay ni rastro de la temida lluvia, y ya estamos cerca del mediodía, no queda nada. En los últimos kilómetros, los coches se desvían por el túnel y nosotros seguimos subiendo por la carretera vieja, con las rampas más duras de la ascensión. Paso un ratito de flojera, pero antes de llegar a la cima ya ando mejor. Es una ventaja poder ir acompañado de Álvaro y saber que nos cuidaremos de los malos momentos que podamos tener cada uno.






Comemos y bebemos arriba, y para abajo, casi 40 rápidos kilómetros hasta Aosta, tiempo para reponerse y para olerse lo que se nos viene encima. Auguraba mucho calor. Conocía esta zona de una visita a mi amigo Luca que vive allí mismo y sabía que los 30 kilómetros de valle hasta el comienzo del Piccolo San Bernardo podían ser duros por la chicharrera. Tanto fue así que tras la comida en el avituallamiento a mitad de plano, estábamos tan amodorrados que pillamos una rotonda mal y tiramos un par de kilómetros cuesta arriba para otro lado, ya que coincidían en aquel tramo las señalizaciones de dos pruebas, con flechas de distintos colores. Así nos salía más desnivel.





La verdad es que a lo largo de las semanas previas, cuando hablábamos de cómo afrontar la prueba, hemos ido marcando puntos en los que considerábamos que “lo peor había pasado”. A veces decíamos que en el Gran San Bernardo, otras que una vez que llegáramos al Petit, que si una vez que estemos en Cormet de Roselend estamos en casa… Realmente todos ellos eran metas intermedias, aunque sí que es cierto que yo, una vez estuvimos metidos en pleno Piccolo San Bernardo, tenía la sensación de que estábamos salvando el día. Las nubes iban creciendo, pero la lluvia no había aparecido y estábamos teniendo una temperatura ideal. Ya no podía ir muy mal la cosa. Psicológicamente, este hecho fue un punto de inflexión en el que ya teníamos el reto pseudo-controlado, ya lo estábamos mirando directamente a los ojos.






La bajada del Petit fue por ello un momento relajado y feliz, lo estábamos haciendo muy bien. Aunque habíamos parado en la cima, volvimos a parar tras los 30kms de descenso, al comienzo del Cormet de Roselend, para rellenar botijos y comer algo de nuevo.


Cormet es un puerto espectacular. Es un puerto tranquilo, sin apenas tráfico y con un espíritu especial y misterioso. También es cierto que las amenazadoras nubes subrayaban este ambiente. Las primeras gotas aparecieron a falta de un par de kilómetros para el final, como mucho, y la verdad es que ya no nos importaba nada, era como si ni nos tocaran las gotas.







Ya nos sentíamos en casa. Sabíamos que la bajada sería dura por la lluvia, que podíamos quedarnos helados, pero nos daba igual, entre las gotas se escapaba algún rayo de sol que hacía que las vistas fueran sencillamente bestiales. Recordaré toda la vida este puerto por todas las sensaciones que me recorrían.


A partir de aquí, ya todo fue un regalo. Fueron los mejores momentos de piernas del día, los de mayor felicidad, y los más emocionantes. Seguíamos adelantando participantes como durante toda la prueba, ya que realmente conseguimos hacerla como planeamos, terminando con fuerza, a pesar de que estaba diluviando. Vuelvo a repetirlo, es como si las gotas ni nos tocaran.



Y por fin, llegada a la meta en Saisies, en uno de los momentos más emocionantes que recuerdo encima de una bici, cruzando la meta de la mano de mi compañero de aventura, y con el nudo en la garganta, dándonos un abrazo que no sé si duro un minuto o tres horas. Lo habíamos conseguido.



Ya no por el resultado, o por el reto en sí, sino por el hecho que supone el orientar las propias ilusiones y esfuerzos a la consecución de una meta, superando todas las dificultades que han podido aparecer durante todo el camino hasta aquí. Todo ello también gracias al trabajo en equipo con un gran amigo, a aprender a escuchar, a conocerse el uno al otro, a ayudar y ser ayudado, ¡gracias Álvaro!


2 comentarios:

  1. Si alguno se siente tentado en hacer tal "azaña"... solo voy a aportar un dato el 94% de los que estabamos en la marcha era nuestra primera vez, el otro 6% eran los de la organizacion.

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  2. ¡Enhorabuena!
    Yo la hice el año pasado, una marcha muy recomendable. También puse una crónica en mi blog, (que no empieza por la típica frase de el despertador sonó...) http://www.paisajesciclistas.blogspot.com.es/2013/02/le-tour-du-mont-blanc-21-07-2013.html

    Un saludo.

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