RUTA |
Era el bonito año de 2010, junio. Yo estaba tirado en el sofá con la cadera recién partida, todavía sin saber cómo iba a desenvolverse finalmente el asunto. Pongo la tele, y había bicis. Me daba igual donde fueran, ya tenía un rato de entretenimiento asegurado. Era una vuelta a Suiza, y encima una etapa de montaña, mejor que mejor (vídeo de aquella etapa aquí).
No me sonaban de nada ni los puertos, ni los pueblos ni nada, pero bueno, le daríamos una oportunidad. Estaban subiendo un puerto que se llamaba algo asi como Albula, vaya nombre más raro.
Poco a poco iba viendo las imágenes y comencé a enamorarme de aquel lugar. Bestial. Era posiblemente la primera vez que algo relacionado con el ciclismo me volvía a hacer vibrar después de la tonta rotura. Consiguió emocionarme tanto que prometí que tarde o temprano, si volvía a montar en bici, iría a ese lugar, a ese Albulapass.
Curiosamente, aquel mismo día,
cerca de Bilbao, aquel lugar marcó también a mi compañero de viaje, que desde
aquel día pasó a ser para los dos el único puerto que conocíamos de aquel país.
El día en que conoceríamos ese lugar había llegado, y los nervios se notaban, era, sin ninguna duda, el objetivo más deseado del periplo por Suiza.De este puerto cautiva su
espíritu, su alma. Se respira soledad, aislamiento, majestuosidad. Posiblemente
el puerto que haya conocido en el que me he sentido más pequeño al ascenderlo.
Laderas interminables. Una mole enorme coronada por un collado de varios kilómetros de largo, en el que daba la sensación que nunca comenzabas a bajar. Los dos recorrimos esa distancia completamente callados, sin saber bien lo que decir. Había superado nuestras expectativas.
Laderas interminables. Una mole enorme coronada por un collado de varios kilómetros de largo, en el que daba la sensación que nunca comenzabas a bajar. Los dos recorrimos esa distancia completamente callados, sin saber bien lo que decir. Había superado nuestras expectativas.
Fuerte viento y frio en la cima, no podíamos perder mucho tiempo allí, había que bajar rápido rumbo al segundo del día: el Fluelapass.
Pese a lo agreste del paisaje, y
una carretera no muy ancha, comunica el valle de Engadin, donde se encuentra St
Moritz o Zernez, con Davos, por lo que el Fluelapass llevaba bastante tráfico
para lo que esperábamos. Aun así, un lugar espectacular.
Y espectacular también el regreso a casa, ya que tras los 14 kms de bajada hasta la preciosa y adinerada ciudad de Davos, la carretera continuaba bajando hasta Filisur, origen de la ruta, durante 26 kms más. Autentica gozada de bajada de 40 kms.
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