Iluso de mí. Mira que había leído sobre esta carrera, sobre esta marcha, sobre todo lo que supone en Bélgica, sobre la pasión con la que se vive aquí el ciclismo y todo lo relacionado con la bicicleta, mira que estaba avisado. Pues aun así, aquello ha destrozado mis expectativas.
Está claro que el Tour
de Flandes es en Bélgica el evento deportivo del año, de eso no hay
ninguna duda, y también está claro que aquí, el estado de ánimo
de Boonen o Cancellara son asuntos de estado. Pero todo el tema
deportivo es sólo el reflejo de toda la sociedad Belga y su cultura
ciclista, que se respira en cada rincón: ciudades verdes
perfectamente ciclables, padres acompañados de sus hijos en todo
tipo de artilugios a pedales, hordas de niños con sus bicicletas a
la salida del colegio de regreso a casa, o cientos de elegantes
ejecutivos con sus elegantes monturas de camino a la oficina.
Sencillamente: tenemos tanto que aprender…
Poco tardamos en darnos
cuenta de todo esto cuando llegamos con la furgoneta a Oudenaarde y
vimos el panorama. Parecíamos recién llegados de otro planeta. La
primera bofetada para terminar de ser conscientes de donde estábamos
fue la visita al Museo del Tour de Flandes. ¿En qué otro lugar
podía haber todo un museo dedicado a la tradición de una simple
carrera de un día? Esto promete.
Bicis o maillots de varios ganadores, no replicas, los originales, incluso sin lavar, la evolución de los materiales, toda la historia, o datos hasta el más mínimo detalle. Mucho mimo hay puesto en este museo.
Sólo los más frikis se derritirían al ver estos dos angelotes... ¿cuántos sabéis lo que son? |
Damos una última vuelta por Oudenaarde, recogemos dorsales, y partimos hacia Brujas, punto de inicio de la Cicloturista al día siguiente.
Brujas es una ciudad
impresionante, con un centro histórico espectacular y me pone los
pelos de punta saber que la salida de la marcha será en pleno
centro, en la plaza del mercado, al igual que la carrera de los
“pros” del domingo, y tendremos la suerte de recorrerla con los
primeros rayos de sol para nosotros solos. Es otro de los grandes
descubrimientos de este viaje, la redefinición del concepto de
cicloturismo: juntar en un solo viaje el turismo de ciudad con lo que
más nos gusta: dar pedales. Poder tener la gran suerte de conocer
una ciudad así en bici, recorrer los lugares más característicos
de Flandes, y terminar la ruta en otro punto mágico como la plaza
del mercado de Oudenaarde, es algo indescriptible, incluso dejando de
lado toda la historia de estas carreteras.
Como digo, ha sido para
mí un descubrimiento, una vuelta más de tuerca de la palabra
Cicloturismo, y de lo que sin duda tomo nota para investigar otras
marchas de este tipo en ciudades con encanto.
La
marcha
Más datos del recorrido Aquí |
La idea era ir tranquilos y disfrutar del día haciendo fotos. Pero existía un problema en el planteamiento de la ruta: No tenía en cuenta la temperatura de la sangre de Samuel y mía: Tras callejear por el centro de Brujas, salimos a carreteras más anchas, y vemos un panorama que no entra en nuestra razón: una sucesión de grupos pequeños allá hasta donde alcanza la vista. Nos faltó tiempo para echarnos una mirada y darnos cuenta de que el plan de ir tranquilo había saltado por los aires.
Llegamos a Oudenaarde con
35km/h de media, en esos primeros ciento y pico kms, juegueteando con
diversos belgas y holandeses que nos doblaban en anchura y estatura.
Subir no sé cómo subirán, pero en el plano se menean que da gusto.
Además, estos kilómetros nos resultaron tan divertidos… muchos
cambios de carretera, pasos estrechos, para que nos vamos a engañar,
unos cuantos baches.
Menos mal, sólo quedan otros ciento y pico kilómetros con todos los muros y tramos adoquinados…
Menos mal, sólo quedan otros ciento y pico kilómetros con todos los muros y tramos adoquinados…
Desde siempre, el adoquín
ha despertado en mí una especie de relación amor-odio, que siento
reflejada a la perfección en estos kilómetros previos a los
primeros tramos. Por un lado pienso en el traqueteo de huesos, el
dolor de manos, el maltrato mecánico, o el respeto a las caídas,
todo ello compensado por el magnetismo de estas condenadas piedras,
que desde bien pequeñajos nos han hecho traquetear en el sofá dos
domingos al año al verlo en la tele, al igual que otros 100 millones
de sofás traqueteaban por todo el mundo. Ahora estábamos allí.
16000 ciclistas recorriendo los mismos tramos que al día siguiente verían pasar a los mejores especialistas del mundo, con bastante menos público, de acuerdo, pero con la piel de gallina igualmente. Nunca volverá a ser igual ver esta carrera, el traqueteo que sintamos en años venideros será más real, mejor simulado.
16000 ciclistas recorriendo los mismos tramos que al día siguiente verían pasar a los mejores especialistas del mundo, con bastante menos público, de acuerdo, pero con la piel de gallina igualmente. Nunca volverá a ser igual ver esta carrera, el traqueteo que sintamos en años venideros será más real, mejor simulado.
Entrar en el primer tramo
adoquinado fue una mezcla de sensaciones. Por un lado una especie de
alivio, un “por fin”, después de tanto tiempo de espera. Por
otro lado, esa activación, o soplo de motivación por el hecho de
que empezaba la acción, y por último, la sorpresa, por comprobar
que estas condenadas piedras hacen que te duela hasta el alma, y la
sensación al manejar la bici sea mucho más salvaje de lo que podía
imaginar. Agito la cabeza y me digo, deja de pensar tanto, pedalea, y
disfruta.
Ahora pienso que morderse la lengua en adoquín quizás pudo ser arriesgado |
Muros como Molenberg,
Koppenberg, Oude Kwaremont o Paterberg, duros, irregulares,
empinados, otros más asequibles, e incluso otros sin adoquinar.
Algunos con suficiente espacio para pegarse un buen calentón, otros
para subir entre un pasillo de gente que sube andando, e incluso
alguno en los que hay que hacer algún metro a pie por las
aglomeraciones o porque alguien ha picado suelo delante de ti. Todos
con su encanto, y sorprendentemente con más público del que
esperaba.
Pero sin lugar a dudas lo
que más me sorprendió fueron los tramos de adoquín planos y en
bajada, que los hay, y unos cuantos. Como ya había aprendido en
crónicas sobre la Paris-Roubaix, los tramos de pavé hay que
afrontarlos con fuerza, con desarrollo, y con buena velocidad. Tela.
Los tramos planos vale,
agarras arriba el manillar, con suavidad pero con firmeza, juntando
bien los dedos para evitar vibraciones, y bien, pero en los tramos en
bajada la sensación es "kamikaze". Sientes que primero te saltarán
las gafas y los botes del agua, después el casco, se separará
alguna parte de tu cuerpo, y después irán saltando todos y cada uno
de los radios de las ruedas. Llegas al final del tramo, miras hacia
abajo y alucinas porque todo sigue en su sitio.
Empiezo a sospechar
por qué hay tan pocos españolitos que destaquen en este tipo de
pruebas. Incluso alguno me bromeó sobre nuestra corpulencia… que
majetes.
En el km 216, en el
último avituallamiento, quedamos con Oscar y Alvar, para hacer
juntos los dos últimos muros, Oude Kwaremont y Paterberg, y llegar
los cuatro juntos a la línea de meta.
Un
par de calentones en estos muros, otro más los últimos 13 kms
planos, esos que tantas veces he visto repetidos en youtube en las
exhibiciones de los últimos años, y ya estamos en meta, emocionados
como pocas veces.
El
día de los profesionales
Esta carrera permite una logística única para
disfrutar del paso de los pros. Organizándose bien, se puede
disfrutar del ambiente de la salida en Brujas, con toda la infraestructura
montada por los equipos y el espectacular control de firmas de
los corredores. Tras ello, rumbo a Oudenaarde para acercarnos a ver
el paso de la carrera por el Oude Kwaremont, penúltimo muro, por el que
además pasan tres veces, en los kms 108, 205, y 242.
Muro estratégico tanto por su situación, como por
que en su cima hay una enorme campa en la que podemos seguir la
carrera en una pantalla gigante acompañados de cientos de
“Flandriens”. Ambientes así solo se consiguen en nuestro país
en un puñado de romerías y/o eventos religiosos por el estilo. Ni
siquiera en un evento deportivo, en el que siempre hay bandos,
equipos, rivales, y se respira un ambiente más “competitivo”.
Igual no sentó bien por aquí que nos pusiéramos a cortar chorizo sobre la bandera de flandes, pero el hambre apretaba... |
Otro de los atractivos de este lugar, y con el que
no contaba, era con poder ver pasar también la carrera de las
chicas, en la que es la primera vez que veo una competición femenina
de primer nivel mundial. Me parece genial que compitan justo
antes que los chicos, y puedan disfrutar del mismo ambiente y sobre
todo de la misma afluencia de público que ellos, algo de lo que
también deberíamos tomar nota en nuestro país.
Tanto ellas como ellos reflejaban en sus caras la dureza de esta carrera, de una forma que no había visto nunca en puertos de la Vuelta o del Tour, del primero hasta el último, desde Cancellara que acababa de arrancar la moto poco antes del lugar en el que nos encontrábamos, hasta los últimos, que se esforzaban por encontrar la mejor trazada en el pavé para ahorrar cada gramo de fuerza. Fue Markel Irizar quien mejor me transmitió lo que supone esta carrera. Cruzamos la mirada un par de segundos mientras le animaba por su nombre, sólo un par de segundos. El tenía la cara desencajada después de currar todo el día, pero había algo en sus ojos que expresaba la emoción, la alegría, la satisfacción de estar viviendo el momento al máximo, y como leí unos días más tarde en una crónica suya sobre la carrera, lo que el quería es que "los tres trastos de hijos que tiene le pudiesen ver, aunque sea una vez en la vida, corriendo el mayor y más bonito Monumento del ciclismo que existe a día de hoy".
En definitiva, estos días hemos estado sumergidos en un mundo con muchas de las cosas que somos, como apasionados de la bicicleta, pero también con muchas otras que nos gustaría ser, en las que este rincón de Bélgica nos ha dado una buena cantidad de lecciones sobre movilidad sostenible en las ciudades, filosofía cicloturista, o respeto y cultura ciclista. Ya puedo decir: "¡Yo estuve allí!".
(Gracias por las fotos a Samu, Álvar, y a Óscar)
Tanto ellas como ellos reflejaban en sus caras la dureza de esta carrera, de una forma que no había visto nunca en puertos de la Vuelta o del Tour, del primero hasta el último, desde Cancellara que acababa de arrancar la moto poco antes del lugar en el que nos encontrábamos, hasta los últimos, que se esforzaban por encontrar la mejor trazada en el pavé para ahorrar cada gramo de fuerza. Fue Markel Irizar quien mejor me transmitió lo que supone esta carrera. Cruzamos la mirada un par de segundos mientras le animaba por su nombre, sólo un par de segundos. El tenía la cara desencajada después de currar todo el día, pero había algo en sus ojos que expresaba la emoción, la alegría, la satisfacción de estar viviendo el momento al máximo, y como leí unos días más tarde en una crónica suya sobre la carrera, lo que el quería es que "los tres trastos de hijos que tiene le pudiesen ver, aunque sea una vez en la vida, corriendo el mayor y más bonito Monumento del ciclismo que existe a día de hoy".
Soy testigo de que su mirada decía exactamente eso.
Thor, un poco más cruzado... |
En definitiva, estos días hemos estado sumergidos en un mundo con muchas de las cosas que somos, como apasionados de la bicicleta, pero también con muchas otras que nos gustaría ser, en las que este rincón de Bélgica nos ha dado una buena cantidad de lecciones sobre movilidad sostenible en las ciudades, filosofía cicloturista, o respeto y cultura ciclista. Ya puedo decir: "¡Yo estuve allí!".
(Gracias por las fotos a Samu, Álvar, y a Óscar)
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